El cruce de la frontera entre Mozambique y Malawi

Junio 2023

Casi todas las fronteras terrestres en África son complicadas, por varios motivos, principalmente por la corrupción de los funcionarios. En los hoteles en diálogo con otros viajeros, siempre uno se encuentra con gente que la pasó mal o muy mal, que tuvo que pagar a los empleados de migraciones para poder entrar o salir de algún país e incluso en Vilankulos, Mozambique, conocimos a unos que estaban haciendo un largo viaje en un motohome que terminaron presos en algún país del este de África, por no haberse puesto de acuerdo en la frontera. Por esa razón no hay en esta nota fotos de la frontera porque está prohibido tomarlas y no conviene conttravenir la norma.

La frontera entre Mozambique y Malawi por el puesto fronterizo de Mwanza, nos advirtieron que no era una excepción.

El viaje no lo habíamos planificado con suficiente detalle y contabamos con muy poco tiempo, para cruzar de Mozambique a Malawi, ya que estábamos en Vilankulos a 1.160 km de distancia y 20 horas de auto de Mulanje, la ciudad famosa por las plantaciones de té de Malawi que era nuestro primer objetivo en ese país y teníamos que llegar en uno o dos días. Mi sobrina que unos meses antes hizo este viaje con una motorhome no me aconsejó hacerlo via terrestre, de ninguna manera.

Luego de mucho buscar y jugar con las fechas, conseguimos un par de vuelos internos desde Vilankulos a Teté con escala en Maputo. Llegamos de noche y nos alojamos en un hotel confortable con una buena piscina y un guardia armado, que tal vez nos daba alguna sensación de seguridad. Allí el dueño nos consiguió un auto con chofer para llevarnos al día siguiente los 80 km de distancia hasta Zobue, adonde está el puesto froterizo.

El propietario del hotel nos dijo que en la frontera de Mozambique no tendríamos ningún problema, pero que en la de Malawi seguramente nos pedirían dinero. Cuando le pregunté cuánto, para tener una idea de la magnitud para ofrecer, me dijo que máximo 20 dólares, con lo cual me quedé mas tranquilo.

El viaje hasta Zobué lo hicimos en un Toyota con unos cuantos años y unas enormes roturas en el parabrisas que dificultaban la visión. A poco de partir de Teté cruzamos el Zambeze, uno de los ríos más importantes de África.

La carretera tenía muchísimos pozos y la marcha era lenta. La principal actividad económica parecía ser la venta de carbón en bolsas, que estaban prolijamente apiladas sobre el camino, seguramente esperando que pasaran los camiones de los compradores, que luego las revenderían en las grandes ciudades.

Como es habitual, al llegar al puesto fronterizo de Zobue, una cantidad de gente se nos acercó para ofrecernos los más variados servicios, llevar las maletas, cumplimentar formularios, tomar una moto para cruzar a Malawi o directamente para pedirnos algunos euros de propina. Por supuesto rechazamos a todos y como pudimos nos abrimos paso hasta las oficinas.

Hicimos migraciones sin mucho problema en una destartalada oficina de madera y ya con el pasaporte sellado salimos hasta que llegué a una barrera donde mi amigo pasó sin problema y un policía, o un militar, bajito y bastante rechoncho con un uniforme verde oliva, muy simpático y sonriente revisó mi pasaporte y me preguntó si no tenía nada para él.

Lo primero que se me ocurrió fue decirle que no había pensado en eso y me contestó con una sonrisa, “para que tenía la cabeza si no era para pensar”. El diálogo en portugués facilitó la conversación. En una bolsita plástica tenía un sándwich que no había consumido en el desayuno y el dueño del hotel al salir me insistió para que me lo lleve durante el viaje y que me pareció descortés no aceptarlo. Se lo di al policía, que me agradeció el sándwich, pero por supuesto pretendía algo más importante y no tuvo problema en decirme que le gustaría tomar una cerveza, siempre con la mayor cordialidad y con una sonrisa que hacía brillar sus dientes blancos.

Sabiendo como son estas fronteras, había distribuido en los distintos bolsillos billetes de 5, 10 y 20 dólares, para poder tener a mano el cambio, sin necesidad de estar sacando la billetera, ni mostrando los de mayor valor.

Por supuesto comencé con 5 dólares y le dije también muy sonriente que le alcanzaba no para una, sino para dos cervezas, así que podía invitar a un amigo. Ese fue el pase mágico para que me devolviera el pasaporte y abriera la barrera.

Ya del otro lado, una multitud de jóvenes nos rodeaba para llevarnos en moto hasta el puesto fronterizo de Malawi que está a unos 10 km. Negociamos la tarifa en 10 dólares cada uno y nos subimos con mi amigo a dos motos. Mi conductor cargó mi carry-on atrás del asiento, y a toda velocidad nos llevaron por una carretera bastante concurrida hasta Malawi.

Nunca fui amante de las motos, pero menos aún en ese momento, porque mientras el conductor avanzaba a la mayor velocidad que le permitía su vieja motocicleta, yo me agarraba de él como podía y pensaba que estaba cometiendo una imprudencia tremenda, ya que en caso de una caída conocería el hospital de esa región remota, que prefería no imaginar.

Cuando llegamos al puesto fronterizo de Malawi, ya nos habían advertido de la corrupción y que seguramente íbamos a tener que dejar un soborno a los empleados.

Primero nos hicieron entrar en otra casucha de madera y una mujer corpulenta nos pidió los pasaportes. Enseguida llegó un grupo de gente local, de condición muy humilde a los que  hicieron sentar en el piso, todos amontonados. Al menos a nosotros nos trataron mejor.

La mujer con nuestros pasaportes nos hizo entrar a la oscura oficina del jefe y cerró la puerta atrás nuestro. Con mi amigo nos miramos, sabiendo que ello no iba a terminar bien.

El jefe, con el infaltable retrato del presidente de su país detrás de su sillón (como en casi todos los países africanos), también corpulento, lo saludamos con nuestra mejor sonrisa, pero no hizo mucho caso de nosotros, porque estaba muy concentrado en contar una cantidad enorme de billetes que había sobre la mesa. Nos imaginamos que seguramente el origen de ese dinero sería bastante turbio, lo cual nos dio aun más sospechas de los que se vendría.

Nosotros estábamos sentados en unos desvencijados sillones, pasaban los minutos y nadie hacía caso de nosotros, como si no existiéramos. Luego la mujer que tenía nuestros pasaportes los selló, le dijo algo al jefe, que nos saludó a la distancia mientras seguía contando el dinero y nos dejaron ir.

Donde nos habían dicho que tendríamos más problemas, el trámite, a pesar de la situación tensa en la oficina, fue donde más fácil hicimos migraciones.

A la salida de la oficina nos volvimos a encontrar con una multitud de personas que nos ofrecían variados servicios, autos con chofer, cambio de moneda, comida, etc. Nuestra intención era llegar esa misma noche a Mulanje, distante a 177 Km y 3 horas, así que nos concentramos en conseguir un auto, haciendo una especie de licitación para conseguir el coche adecuado con el chofer que nos pareció más confiable, luego de interminables discusiones entre los choferes y con nosotros elegimos a uno y acordamos el precio.

Partimos y a los pocos kilómetros ingresó en una estación de servicio, donde apareció un señor con otro auto que nos dijo que era su “hermano” (en África es muy común que se autodenominan hermanos) y era el que nos podía llevar pero con otra tarifa, dando justificativos acerca del precio del combustible, etc, etc. Como ya estábamos en un lugar alejado y sin posibilidades de buscar otros automóviles tuvimos que aceptar el precio que nos pidió, con un pequeño descuento, luego de una negociación a todas luces despareja.

Evidentemente nos habían timado con una estrategia novedosa y caímos como unos incautos turistas. Afortunadamente ninguna de las cifras de las que hablamos modifican sustancialmente el presupuesto del viaje, pero obviamente nos molestó haber ingenuamente caído en la trampa.

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